El cronista se halla en el interior de los acontecimientos, en las
vísceras del levantamiento. Pero su logro mayor es que mantiene
un estilo en la crónica que, sin que nunca parezca exento de
dolor y honda preocupación por el destino de Chile, ejerce una
suerte de derecho al desapego. Es lógico, pues esta es una de las
precondiciones de un relato donde hay angustia y sangre, pero
ni una ni la otra escriben por sí mismas. La angustia haría temblar
el pulso y la razón literaria. La sangre daría una coloratura
a lo escrito, pero solo podrían combinarse con ese lamento, que
al final impediría que se conozca cabalmente el hilo que mueve
a esas figuras que van y vienen de Plaza Dignidad.
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